No había nada más que amor.
En todas partes se encontraba amor.
No se podía hablar más que
de amor.
Amor pasado por agua, a la vainilla,
amor al portador, amor a
plazos.
Amor analizable, analizado.
Amor ultramarino.
Amor ecuestre.
Amor de cartón piedra, amor con leche...
lleno de prevenciones,
de preventivos;
lleno de cortocircuitos, de cortapisas.
Amor con una gran M,
chorreado de merengue,
cubierto de flores blancas...
Amor
espermatozoico, esperantista.
Amor desinfectado, amor untuoso...
Amor con sus accesorios, con sus
repuestos;
con sus faltas de puntualidad, de ortografía;
con sus
interrupciones cardíacas y telefónicas.
Amor que incendia el corazón de los orangutanes,
de los bomberos.
Amor que exalta el canto de las ranas bajo las ramas,
que
arranca los botones de los botines,
que se alimenta de encelo y de ensalada.
Amor impostergable y
amor impuesto.
Amor incandescente y amor incauto.
Amor indeformable. Amor
desnudo.
Amor-amor que es, simplemente, amor.
Amor y amor... ¡y nada más
que amor!
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